Cuando uno camina desde Napoli Centrale, la estación de tren, hacia el centro histórico, enseguida se da cuenta que esta ciudad, y probablemente todo el sur de Italia, poco tienen que ver con la Europa civilizada que se ve más al norte. Es el completo caos y un grato y buscado golpe de realidad, después de tanto orden y limpieza que vengo viendo desde mi salida de Buenos Aires.
No existe el reciclaje, cruzar una avenida es una odisea y nadie tiene en cuenta ni los semáforos ni los sentidos de circulación de las calles. Completan la escena, además de bocinazos de motos en las que viajan de a 3 y sin casco y las permanentes idas y venidas de los vendedores ambulantes africanos ante la aparición de los caravinieri, una poco atractiva e insistente oferta sexual, similar a la que se puede encontrar en Constitución y en... adónde habrá mandado a los "trabas" Mauricio?
Napoli está asentada en una bahía que la corta al sur, con nubes negras, espesas y desafiantes, el Vesubio, uno de los volcanes más altos de Italia que esta dormido y no extinguido.
Su última erupción fue en 1944 pero la más recordada y trágica hace 1900 años que sepultó Pompei, donde hoy se siguen realizando excavaciones y se pueden ver los restos de las construcciones y las víctimas arrolladas por la furia de la erupción.
Después de la de Calabria y la de Sicilia, la mafia de Napoli, la Camorra, es la más temeraria de Italia.
Maneja el negocio de la recolección de residuos. Es común ver contenedores que rebalsan de basura y un servicio infrecuente, señal que la mafia está en negociaciones con Il Cavalieri Silvio.
Los napolitanos, amantes de los grafittis, dejan no muchas paredes sin pintar, tienen su propio dialecto y son los reyes de la pizza.
Se respira fútbol por todos lados.
Se respira fútbol por todos lados.
Los más jóvenes idolatran al tanque Denis y Lavezzi, pero la mayoría le sigue rezando a San Diego...como todos nosotros dentro de 50 y pico de días.












